La Nave de Papel. Diario "Pueblo chico". San Luís de la Paz, Gto. Miércoles 20 De agosto. Año III. No. 303

Ser un “andalón”
Jesús Zarazúa Rangel


Bienvenidos sean todos ustedes amigos de la región Noreste del Estado de Guanajuato, en esta primer entrega de la nueva columna “La Nave de Papel” que a bien tendrá en publicar el Diario Pueblo Chico de San Luís de la Paz, todos los miércoles y en la cual tendremos cuento, poesía, recomendaciones de lectura, análisis de la literatura, también un poco sobre educación siempre con la firme convicción de aportar nuestro granito de arena al fomento a la lectura, pero sobre todo a la mejora que tanto le hace a nuestro país en cuestiones de comprensión en todos los ámbitos. Quiero agradecer a quienes hacen posible esta Nave de Papel y a usted que a partir de hoy nos leerá, fíjense que en cuanto fue aceptada la propuesta para esta columna, me quedé pensando con qué comenzar, me acerqué a mi estante de libros y me di cuenta que faltaba uno, un libro de color beige que hace muchos años se convirtió en uno de mis favoritos y que sin duda lo he de haber prestado y creo que ya no lo volveré a ver pues me van aplicar aquel dicho que reza “quien presta un libro merece que se le corte una mano, pero quien lo devuelve merece que le corten las dos” y si efectivamente lo extraño, pero lo peor del caso es que ni siquiera recuerdo a quién se lo preste y de esa manera fue como decidí que en esta primer entrega de esta columna literaria les compartiría un texto que habla acerca de ese libro cuyo nombre es “Los Arrieros del Agua” y su autor es Carlos Navarrete, es un libro altamente recomendable, ojala tengan la oportunidad de leerlo, pero mientras eso llega, se los platico, ya que sería un egoísta si no les comentara acerca de un libro muy peculiar que hace algunos años encontré en una vieja caja que contenía varios libros “viejos” y maltratados, sin embargo entre esos textos encontré uno de color beige con las hojas contraídas, supongo que alguna vez se mojó, pero desde que lo vi me llamó la atención ya que dejó escapar la magia que encierra un buen libro y que sólo se libera cuando encuentra al lector. Al leer ése libro al que me refiero no sólo me emocioné por poder revivir la historia, sino que me dio la oportunidad de recrear la cotidianidad más simple e insignificante que se han presentado en mi vida y con ayuda de la imaginación convertirlas en aventuras enriquecedoras que me han sido de valor para mirar la vida y los caminos con otro cristal, y para convertirme en un observador de lo más simple y sus detalles.

Las vivencias de un “andalón” como Navarrete denomina a quien ha dejado su vida en caminos y ciudades, en pocas palabras un arriero que de los caminos ha recogido no sólo el polvo sino la vida misma que otros han dejado embarrada ahí, sin aparente movimiento pero que él (el arriero) se convierte en un relator central el cual va entremezclado su vida con la de los demás y la influencia que se tiene en cada persona por medio de las costumbres, las formas de hablar, los hechos de la realidad y los sueños, todo ello llevado de la mano del antropólogo que es el autor de ésta novela “Los arrieros del agua” y que pone principal atención a la ruta que no sólo abarca distintos caminos, sino es un juego de distintos y distantes tiempos.

Carlos Navarrete que ha dedicado su vida al estudio de las zonas arqueológicas y a la etnohistoria del área maya, lo que le ha permitido diversas publicaciones especializadas y que gracias a su trabajo de campo realizado en Guatemala (su país de origen) y Chiapas tuvo los elementos necesarios para describir a una sociedad atrapada en las creencias, en el misticismo de la mezcolanza que es causa de las antiguas costumbres de los pueblos mesoamericanos y las nuevas culturas traídas por los europeos la cual creó indudablemente un crisol de nuevas culturas. En ésta novela que vio luz en 1984 se recoge con lucidez las andanzas de un hombre que a causa de tener un pie lastimado se ve en la necesidad de “imaginar cosas para que se pasara el tiempo, porque ya no aguantaba estar tirado en la cama con el yeso”. Imaginar para que pasara el tiempo, tal vez nos suene burdo, sin embargo la imaginación mezclada con el tiempo es una forma de repensar las cosas que han sucedido durante un lapso determinado ó quizás indefinido de tiempo y recrearlas a nuestra manera y por qué no, a nuestra conveniencia.
En éste ejercicio de imaginación que realiza el protagonista de Los arrieros del agua, nos lleva por una vereda que comienza en el momento preciso en que su madre lo parió, pasando por aventuras infantiles, juveniles y ya en la edad adulto, pero no sólo nos cuenta su vida de una forma fugaz, sino que en este proceso de ir narrando las formas de vida de la zona, también nos muestra el pensamiento colectivo que surge y se arraiga fuertemente a la tradición oral. Las aventuras nos llevan desde lo chusco y lo alegre hasta a lo trágico y triste, pasando por la emoción, la angustia de saber qué otra cosa sucederá y por supuesto al leer las páginas de éste excelente libro también nos colocaremos al filo del suspenso y el espanto, la devoción en Dios e incluso se puede vivenciar un exorcismo.

Ser un andalón no es ser un caminante de viejos caminos, es simplemente un caminante de la vida, una persona que para viajar no necesita mulas y burros o caminos y veredas en la cuales pueda o no suceder algo, sino es partir de la cotidianidad de cada uno y de ello resurgir con nuevos bríos, con nuevas ilusiones que se conviertan en el motor que le de movimiento a la vida y a las horas. La imaginación es una poderosa arma que quien la invoca siempre le tendrá a su favor ya que su palabra se ira convirtiendo en una palabra distinta a esa cotidianidad de la que ha surgido y que va obteniendo por si misma un peso y fuerza que no es fácil desterrar de la mente, la cual le abre los horizontes y le rescata de la única vereda que debería se intransitable y que desgraciadamente es la más congestionada: la ignorancia.

Los arrieros del agua. Carlos Navarrete. Editorial Katún. México 1984.